Mirando por la ventana del avión. Lima, la capital del Perú. 10 millones de habitantes, el doble desde 1980, con un 30% estimado ocupando suelo en las laderas de la periferia, en barrios autoconstruidos. Esta visita no solo nos acercaría por primera vez como miembros del equipo, sino que también nos ayudaría a afinar nuestro pensamiento y nuestra visión de la realidad. Durante nuestra estadía visitamos tres asentamientos informales de vivienda autoconstruida de bajos ingresos, todos en diferentes etapas de desarrollo. Barrios Altos, uno de los barrios más antiguos ubicado cerca del centro histórico, El Agustino, un distrito muy poblado y José Carlos Mariátegui asentado en las empinadas colinas andinas, hacia el límite Este de la ciudad.
En José Carlos Mariátegui, nuestras reuniones con los residentes locales revelaron prácticas y realidades que iban más allá de lo previsible. La continua lucha de los residentes con el frío y el calor extremos en el interior durante los meses de invierno y verano, respectivamente, se hizo evidente rápidamente. Con datos medidos que indican temperaturas interiores extremas, que superan persistentemente los 35 °C durante los meses de verano, quedó claro que evitar los peligros inminentes para la salud es un desafío. Además, el terreno inhóspito de las escarpadas colinas andinas se traduce en costos muy altos para el transporte de materiales de construcción. A menudo, el costo de dicha mano de obra es igual al de los materiales, lo que deja muy poco espacio para consideraciones como la calidad de la construcción. Esto se traduce en prácticas como la falta de aislamiento o la instalación de techos de calaminas de metal, por lo que los rangos de temperatura interior se encuentran muy por fuera de las condiciones de confort térmico. En El Agustino, condiciones ambientales interiores extremas similares están impulsando a las familias a intercambiar sus espacios de estar y dormir entre pisos cada invierno y verano, con el objetivo de lograr temperaturas nocturnas más agradables. En Barrios Altos, el miedo al desalojo es una realidad cotidiana. El valor creciente del suelo, situado en tal proximidad al centro histórico, está impulsando prácticas ilegales como el tráfico de tierras, obligando al desplazamiento de comunidades que residen allí desde hace décadas. Uno puede ver las nuevas playas de estacionamiento que aparecen, así como los nuevos espacios de almacenes camuflados detrás de las degradadas fachadas de los edificios coloniales.
Experimentar las realidades en el terreno nos permitió, como equipo GEMDev, afinar nuestras estrategias para lograr un mayor impacto en el proyecto, enfocándonos en los procesos constructivos, un mapeo de salud y el apoyo al desarrollo de la gestión de centros comunitarios para nuestro trabajo durante el próximo año.
José Carlos Mariátegui (foto tomada por Argyris Oraiopoulos)